CAFÉ CUBANO
Ramón abrió la ventana de su cocina que daba a la Sierra Maestra y prendió su cigarro Criollos sin filtro. Después de respirar hondo se quejó a su invitado: “Esos cigarros de la fábrica en Villa Clara fueron muy buenos, pero no se hacen desde hace tiempo ya. Tenemos que resolver con los de Holguín.” Ubicada en las estribaciones de las montañas donde Fidel Castro y sus amigos lucharon, el invitado de esta casita era un mochilero llamado Taner. Su deseo de aventura lo había arrastrado allí. Tras las palabras de Ramón, sacó el paquete de H.Upmann de su bolsillo y se lo ofreció. Pensó que como se vende en CUC él no había podido comprar estos cigarros. “No, hombre no, Criollos es mejor que eso”, explicó el viejo riéndose y extendiendo la mano hacia la cafetera en el fogón. Había encendido su cigarro para acompañar al café. Mientras ofrecía su café a Taner en un vaso que el mismo había hecho con una botella de cerveza cortada, comentó “¡Parece que seguimos la tradición de Süleyman Ağa del café!” y se río. Taner no entendía por qué estaba diciendo tal cosa. Ramón, que ya esperaba esa reacción, continuó su discurso con una voz sabia. “Süleyman Ağa” dijo, “Era un armenio de origen otomano que fue el primero en enseñarle a colar el café al rey de Francia de la época, Luis XIV. Y unos años después abrió el primer café en París. Así que, hizo famoso el café en Francia. Eso pasó en 1670 por ahí.” Taner entendía sus palabras, pero su español aún no era lo suficientemente bueno. Intervino diciendo: “¿Después españoles aprendieron café de franceses?” Ramón respondió “No, debe ser de los holandeses”, haciendo un gesto involuntario con la mano hacia su biblioteca, de la que estaba orgulloso y no era pequeña para nada en relación con una casita de montaña. “Quizá sepas, el café es originario de África y de la geografía árabe, por algo se llama café árabe y los holandeses trasladaron el café de allí a Europa y América. Te dije lo de los franceses porque fueron los que comenzaron la producción de café aquí en Cuba, en 1748. Dicen que fue un médico llamado Gélabert.” Después de tomar el último sorbo de su café, extendió la mano hacia el filtro de madera que estaba en el cenicero. Fumó la última parte de su cigarro de esta manera. Con el filtro en la boca, comenzó a caminar, diciendo: “Vamos al portal a sentarnos en los balances (sillones).” Y siguió contando: “¿Conoces la revolución haitiana? Es la primera y única revolución esclava en el mundo. Los esclavos inspirados por la Revolución Francesa sacaron a los colonialistas franceses de su país. ¿Siempre ganarán los colonialistas? Jaja. Y por eso los franceses llegaron a la tierra más cercana, Cuba. Entonces cogió fuerza la producción de café aquí.” Taner, que estaba muy sorprendido por el nivel de conocimiento de Ramón, había escuchado esa parte del cuento en el inicio de su viaje a Cuba. Mientras se sentaban en las mecedoras a la entrada de la casa le contaba: “Yo fui a Las Terrazas. Hay cafetales allí.” “Los yumas conocen Cuba mejor que nosotros, mira esto”, canturreó el viejo y después agregó: “Yo no he ido, pero por supuesto, lo sé. Buenavista se conoce como la primera plantación de café en Cuba, pero en realidad la producción de café había comenzado en el Wajay, por allá por La Habana. Y, no lo digo por ser santiaguero, pero la plantación más importante es La Isabelica. ¿Has subido a La Gran Piedra?” Taner había visto las fotos de esta enorme roca, que se encuentra a 1225 metros sobre el nivel del mar, en la oficina de turismo en el centro de la ciudad y los jineteros le habían ofrecido llevarlo. “Quizás iré el fin de semana.” Dijo “Cuídate” el viejo y empezó a reírse. “No es fácil subir allí. Pero si vas recuerda visitar a La Isabelica. La producción de café requiere altura, y por eso, el mejor café cubano crece allí.” Después de terminar sus palabras, quiso recoger el vaso vacío de la mano de Taner.
– Dámelo, déjame echarte un poquito más.
– Yo hago.
– ¡Tranquilo, no soy tan viejo! Ves que vivo solo aquí. Todavía soy fuerte. Tú mécete en tu balance.
Mientras el viejo se dirigía hacia la cocina, Taner comenzó a hablar en voz alta. “Café cubano es muy bueno. Fuerte y delicioso.” Ramón, que estaba caminando un poco tambaleante, señaló mientras regresaba “Dicen que el café colombiano es mejor” y agregó: “Pero el nuestro también es mundialmente famoso.” Taner, tomando el vaso, asintió y dijo: “Los españoles lo hicieron… Café en Colombia, azúcar en Cuba… Un producto en cada país. Facilita el comercio y economías de las colonias…” No pudo encontrar la palabra correcta. Mientras pensaba “¿Cómo explicaré la autosuficiencia en español?” el viejo intervino:
– Tranquilo, te entiendo. Estás bastante bien informado.
– También me gusta leer historia.
Ya había terminado su segundo vaso cuando afirmó: “Este café es muy bueno.” Ramón respondió como si estuviera esperando esta frase: “Claro. En La Habana nadie te brinda buen café. Lo que habías tomado hasta hoy es café con chícharo.” Taner no había entendido.
– ¿Cómo?
– Nuestro desayuno es principalmente café. Gran parte de nuestra energía diaria viene de ahí. ¡Aquí, gracias a nuestro gobierno, se aumenta el valor nutricional al mezclar chícharo con café!
Ramón se burlaba. Cuando vio la mirada confundida de Taner empezó a reírse. “El café de la libreta es así. En la ciudad toman eso porque el café de la chopin (tienda en CUC) es muy caro. Y nosotros los pobrecitos campesinos tomamos lo mejor, jajaja.” Estaba disfrutando. “¿Puedo comprarlo?”, intervino Taner y continuó:
– En La Habana hay Café el Escorial en la Plaza Vieja. Compré allí. También quería comprar de marca Serrano, pero este sería mejor.
– Galán casi siempre tiene café en grano. Se lo pedimos.
Cuando el viejo mostraba dónde vivía Galán, se abrió la puerta exterior de hierro de la casa y apareció Arturo con una botella en la mano. “Tío, turco… Mira que bien. Veo que ya se han familiarizado. Abajo nadie tenía ron. Tuve que subir hasta casa de la yuca.”
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